sábado, 13 de agosto de 2016

La misión secreta de Numa Guilhou

El empresario que impulsó Fábrica de Mieres fue enviado por Napoleón III para convencer al general Prim de la inconveniencia de nombrar al príncipe prusiano Leopoldo Hohenzollern como rey de España 

Hace bastante tiempo que tengo ganas de contarles esta curiosa historia. Se trata de un enredo político con mal final, que tuvo uno de sus protagonistas en Numa Guilhou, el hombre clave de nuestra industrialización. Ocurrió unos meses antes de que el capitalista se estableciese definitivamente en Mieres, tomando una decisión en la que seguramente influyó lo que les voy a contar en las líneas que siguen.


Vamos a situarnos en 1868, tras la Revolución que derrocó a Isabel II. Los españoles tenían claro en aquel momento que no querían volver a ver por aquí a los Borbones, pero, buscando el relevo, en el país había opiniones para todos los gustos: los carlistas luchaban por su nuevo pretendiente; la ex reina conspiraba desde Francia para mantener la dinastía y los republicanos proclamaban la independencia de algunos municipios y firmaban pactos federales. Mientras tanto, en Madrid se consideraba que lo más sensato era seguir con la monarquía, pero dejándola en manos de otra familia más honrada y así comenzó el espectáculo singular de buscar un candidato para nuestro trono.


La cosa no era sencilla. Hubo partidarios de convertir en rey a algún héroe nacional como Espartero o el general Serrano; por su parte los progresistas se fijaron en el rey Fernando de Portugal, quien en medio de grandes dudas se negó a la aventura; los conservadores insistían en seguir la línea dejándola en manos del príncipe Alfonso y los unionistas encabezados por el brigadier Topete apostaron por el duque de Montpensier, quien fue creciendo en apoyos.


Pero cuando parecía viable que la corona fuera para él o su esposa Luisa Fernanda, su mala cabeza le hizo aceptar un duelo con don Enrique de Borbón. En aquel lance, don Enrique perdió la vida y el de Montpensier el trono. Entonces los progresistas se inclinaron por don Tomás, duque de Génova y nieto de Víctor Manuel, que no obtuvo el permiso materno y prefirió quedarse en casa. Por fin alguien puso sobre la mesa el difícil nombre de Leopoldo Hohenzollern Sigmaringen, príncipe católico de Prusia, aunque los castizos no tardaron en españolizar estos apellidos impronunciables y el prusiano pasó a ser conocido en las calles como Leopoldo Olé-Olé si me eligen.


Al margen de este lío, al otro lado de la frontera, Francia estaba regida en aquel momento por un hombre singular, Luis Napoleón Bonaparte, proclamado emperador con el nombre de Napoleón III y conocido por los amantes de la zarzuela por ser el marido de la española Eugenia de Montijo. Con ella tuvo un hijo que murió joven poniendo fin a la dinastía Bonaparte cuando la lanza de un zulú le alcanzó en una emboscada que le tendieron en Sudáfrica, pero como esto se aleja de mi historia, me ahorro los detalles morbosos.


Volviendo al emperador, antes de coger su cetro había sido elegido presidente de la II República francesa tras la revolución de 1848, pero al notar que contaba con el apoyo de las clases populares, acabó transformando el Estado en una monarquía hereditaria, eliminó la oposición republicana y socialista e instauró un régimen autoritario rodeándose de un puñado de fieles que a la vez le servían de consejeros.


Ahora, seguramente les sorprenderá conocer que entre estos estaba Numa Guilhou, un hombre rico, descendiente de una familia de comerciantes de lana de Mazamet, cerca de Toulouse, pero que había sabido hacer crecer sus inversiones amparado por la protección imperial, diversificando sus actividades industriales y bancarias, junto a su hermano Louis, quien ya en 1848 poseía en Madrid su propia compañía de negocios, varios establecimientos comerciales y una gran extensión de terreno en la zona de Chamartín.


Los Guilhou eran conocidos y respetados en París y no tardaron en serlo también en España donde el dinero les abrió muchas puertas; A Numa le interesaba la política y gustaba del trato con los progresistas; además admiraba el valor del general Prim, del que conocía sus andanzas porque a mediados del siglo XIX los ejércitos francés y español había compartido trinchera en varias guerra coloniales, así que se las arregló para conocerlo y pronto trabó con él una fuerte amistad que le iba a servir para ayudar a su país cuando la patria se lo demandó.


Al conocerse en Francia la posibilidad de que Leopoldo Hohenzollern fuese proclamado rey de España, saltó la alarma. Aún no está claro si fue el general Prim quien le hizo la propuesta al Primer Ministro Otto von Bismarck o si fue este quien la puso sobre la mesa para tensar de esta forma las relaciones entre Prusia y Francia, pero Napoleón III no tardó en oponerse enérgicamente al considerar que si el pacto se cerraba, su país podía quedar atrapado en medio de una pinza, con miembros de una misma dinastía enemiga flanqueando sus fronteras.


El hecho es que el general español se desplazó en persona para mantener una entrevista con el príncipe Carlos Antonio de Hohenzollern y ofrecerle la posibilidad de que su hijo fuese rey de España. Cuando se supo en París se decidió hacer un último intento por vía diplomática antes de que la decisión se consumase. La gestión no debía tener carácter oficial y era necesario que quien la llevase a cabo fuese un hombre templado y reconocido en los dos estados. Numa Guilhou cumplía estas condiciones y tenía un trato preferente con los dirigentes de ambos países, lo que le convirtió en el personaje idóneo para convencer a Prim de que si un prusiano se sentaba en el trono español, nada podría impedir una guerra.


Parece que la misión de Numa fue un éxito, ya que la candidatura se retiró, pero desgraciadamente la mala gestión de los políticos que carecían de la prudencia del industrial y no supieron poner el punto final a aquel asunto, hizo que finalmente la guerra se produjese.


La crisis estalló a finales de junio de 1870, porque el canciller Bismarck volvió a insistir en la candidatura. Entonces, por orden del Duque de Gramont, Ministro de Asuntos Exteriores francés, el Conde Vicente Benedetti, embajador en Prusia, se dirigió al propio al rey Guillermo de Prusia en el paseo del Kursaal de la ciudad de Ems, lugar de residencia y vacaciones de la casa real prusiana, exigiéndole una garantía oficial de que él nunca aprobaría la candidatura de un Hohenzollern al trono español.


Dicen que el monarca rechazó acceder a esta demanda de una manera enérgica pero sin perder la compostura, aunque mandó un telegrama informando del encuentro a Otto von Bismark. A partir de este momento, las opiniones entre los historiadores difieren, aunque está claro que el llamado «telegrama de Ems» fue el documento que echó abajo todo el esfuerzo de Numa Guilhou cuando se dio la orden de reenviarlo a la prensa y a las embajadas de toda Europa, dando inicio al conflicto bélico.


Al parecer el texto que el rey había redactado inicialmente, no coincidía con el que el primer ministro hizo público. Se desconoce si Guillermo dio su permiso para alterarlo o fue el belicoso Bismark quien tomo la decisión por su cuenta, pero los adjetivos elegidos por el monarca para describir el episodio se cambiaron por otros más gruesos de forma que al leerlo daba la impresión de que entre el embajador y el soberano se habían cruzado insultos que ofendían gravemente a ambos países.


El canciller prusiano sabía que en una guerra Francia tenía todas las de perder y seguramente por eso forzó la reacción de Napoleón III que no tuvo otro remedio que declararla para salvar su honor. El conflicto se inició el 19 de julio de 1870 y concluyó menos de un año más tarde con la caída del emperador francés y la llegada de la tercera república francesa que tuvo que ceder los territorios de Alsacia y la Lorena y pagar una indemnización de cinco mil millones de francos. Por su parte, Alemania, reunificada gracias a Bismark, se convirtió en el país más poderoso de la Europa continental.


Napoleón III, el último emperador francés, murió en Gran Bretaña en enero de 1873. El general Juan Prim, cayó el 30 de diciembre de 1870 por las heridas sufridas en un atentado tres días antes de que llegase a España un nuevo rey, el italiano Amadeo de Saboya, que solo se mantuvo en el trono entre 1870 y 1873, dando paso a la I República.


Numa Guilhou dejó este mundo en 1890, a los 73 años. En su necrológica, el diario «La Época» fue el único que hizo referencia a este episodio: «Contrajo íntima amistad con el general Prim y era a la vez hombre de confianza de Napoleón III. Intervino en varios sucesos políticos, cuando la candidatura Hohenzollern vino a Madrid precipitadamente con una misión para el general que habría logrado impedir la guerra entre Alemania y Francia sin las ligerezas de Grammont y Benedetti. Destronado el emperador, retirose a Asturias donde adquirió la Fábrica de Mieres que reorganizó por completo poniéndola a la altura de las primeras fundiciones de Europa». Así fue.

Texto de Ernesto Burgos para La Nueva España

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