El consumo llegó a ser tan elevado que los ayuntamientos intentaron tasarlo con tributos
La producción y consumo de sidra se había venido consolidando en Asturias desde, al menos, la Alta Edad media; aunque Llegado el siglo XIX dos serían los procesos que impulsarían de modo sustancial la elaboración de sidra. El primero es la emigración a ultramar, lo que proporcionará la expansión del producto al vasto mercado americano. El segundo es el proceso de industrialización y consiguiente urbanización regional que conllevó un notable aumento de la población regional y que generó otro tipo de pautas de consumo de bebidas alcohólicas, que ya no será solamente ocasional. En Gijón y las cuencas mineras se ubicarán los principales centros consumidores.
En la cuenca del Nalón, sobre todo, el consumo del caldo asturiano alcanzaría desde pronto unos niveles de demanda tan espectaculares que situarían a la comarca, cualitativamente, como el principal consumidor provincial, realidad que queda bien plasmada en el desarrollo de una destacada hostelería sidrera cuyo arraigo como espacio de sociabilidad es de sobra conocido. Que el consumo alcazaba cotas elevadísimas queda claramente reflejado en el hecho de que los ayuntamientos -al igual que otras instancias fiscalizadoras- tratasen de tasar la sidra con tributos lo más altos posibles, lo que por otra parte ilustra nuevamente la elevada demanda de caldo asturiano.
La vinculación de los mineros al chigre parece, desde luego, un hecho bien establecido. Los pozos solían estar alejados de los lugares de residencia y, por tanto, las muchas tabernas abiertas en el camino constituían una oportunidad ineludible para estimular la sociabilidad y fomentar unos contactos interpersonales que la dispersión del hábitat y lo apretado de los horarios dificultaban; tal y como queda plasmado en obras como las de Clarín o Palacio Valdés. No es extraño, en consecuencia, que el obrero industrial -y sobre todo el minero como verdadero emblema regional de las clases populares- aparezca sistemáticamente asociado a la taberna; integrando su paisaje y fundiéndose en su vida cotidiana con ella.
Andando el tiempo, cuando se produce el aluvión poblacional de la segunda mitad de siglo en Gijón y Avilés se debe tener en cuenta que la mayoría de los emigrantes serían de origen asturiano, muchos de ellos procedentes de unas cuencas mineras ya en declive y que, por lo tanto, sus pautas de sociabilidad se hallarían muy vinculadas a la cultura sidrera. Por si ello fuese poco, Gijón, por su cercanía a otros núcleos poblacionales importantes y gracias a la facilidad de comunicación con ellos, se convertiría en el mar de las cuencas mineras.
Además, en el comienzo de la nueva eclosión sidrera de los años setenta, no era poca la gente minera que se desplazaba hasta estas zonas. A la sidrería El Furacu de Villaviciosa, por citar un ejemplo bien conocido, acudía numerosa concurrencia desde las cuencas, clientela que gastaba buenas sumas de dinero y que era muy proclive a alargar el jolgorio lo más posible. Había cuadrillas de tres o cuatro libadores que despachaban la nada despreciable cifra de setenta u ochenta botellas. Similares escenas se constataban en el caso de los lagares de Siero. Aunque estos ocios sidreros venían de lejos, y de la mítica sidrería Casa el Ferreru de Oviedo, por citar un caso significado, se tenían en gran estima los chipirones y el pollo, que era consumido especialmente por mineros los fines de semana.
A la expansión del consumo lúdico de sidra en plazas que no habían sido en esencia muy sidreras contribuirían también significadamente los mineros. En marzo de 1962, por ilustrar la cuestión, con motivo del encuentro entre el Unión Popular de Langreo y el Luarca Club de Fútbol, más de dos mil aficionados de la cuenca se desplazaban e improvisaban unas jornadas festivas en la villa costera. Por los testimonios de que se disponen se sabe que durante éstas corrieron a buen ritmo el marisco y la sidra.
De todo lo expuesto se puede concluir, en definitiva, que a la expansión de la cultura y la industria sidrera han ayudado de modo decidido los mineros; encontrándose en las cuencas hulleras aún hoy en día algunas de las plazas más emblemáticas en el consumo del ambarino caldo astur.
Fuente: La Nueva España
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