domingo, 29 de mayo de 2016

Breve historia de la Plazuela de San Miguel (Gijón)

Tras las décadas de destrucción consciente y masiva de la trama urbana histórica de Gijón, una zona de la villa se salvó, en parte, del desatino desarrollista alocado y especulativo. Esa zona de la vieja ciudad está ceñida a la plaza dedicada a uno de los prohombres gijoneses: el general Evaristo Fernández de San Miguel y Valledor (Gijón, 1785-Madrid, 1862), militar reformista, político, masón, filántropo, historiador, fundador de cuatro periódicos y para la reina Isabel II una persona entrañable, ya que no en vano salvó a la monarquía borbónica de perecer durante la primera parte del convulso siglo XIX español. Un personaje que, según el periodista valdesano Honorio Feito Rodríguez, quien en 1995 escribió la primera biografía de San Miguel, fue «hasta el siglo XIX el político más importante, después de Jovellanos, que dio Asturias».

Pero volvamos al urbanismo de la vieja Plazuela, ahora que el quiosco levantado a mediados de los años cuarenta cambió de usos, cuestiones judiciales al margen, y la prensa dejó paso a los vermús. A mediados del siglo XIX, cuando la villa despertó a la industrialización y se consideró que las fortificaciones levantadas entre las playas de San Lorenzo y de Pando ya eran un estorbo, comenzó a fraguarse la idea de extender la trama urbana hacia el Este, terrenos que acabaron por convertirse en el llamado ensanche del Arenal.


«Ya el alcalde corregidor, don Andrés de Capua, inició en 1850 un gran proyecto de ensanche de la villa y urbanización de la barriada; pero el plan quedó paralizado. Quien vino a sacarlo de su estancamiento fue el Marqués de Casa Valdés», cuenta el periodista Joaquín Alonso Bonet en uno de los capítulos de su libro «Biografía de la villa y puerto de Gijón (primera parte)», editado en 1970.


El citado marqués (Félix Valdés de los Ríos), que da nombre desde 1875 a la calle que articula junto con la de Uría la comunicación del ensanche del Arenal, se comprometió con el Ayuntamiento, naturalmente para buscar beneficios económicos, «a limpiar la antigua dársena (del puerto viejo) y rellenar, con los materiales extraídos, la gran marisma que circunda la playa de San Lorenzo», relata Bonet en «Pequeñas historias de Gijón. Del archivo de un periodista» (1969).


Pero sería el gijonés Celestino Junquera, enriquecido en la entonces Cuba española, quien diera el impulso urbanístico definitivo al Arenal. Volvemos al anteriormente citado libro de Bonet: «Adquirió las huertas llamadas del Balagón, que desembocan en la calle de Uría, y, a vueltas con estas propiedades, llegó a concebir la idea de una gran plaza que fuese centro de uno de los más populosos núcleos de la urbe gijonesa (...) Algo semejante, claro que guardando las distancias, a la Puerta del Sol madrileña. Y levantó dos edificios, a uno y otro lado de la citada calle, dando a las fachadas cierta curvatura que pudiera servir de norma para nuevas construcciones, propias de una plaza elíptica. De este modo se inició la que había de ser plaza de don Evaristo San Miguel».


El plano definitivo del ensanche, que data del año 1867 e incluye la plaza elíptica, se debe a los arquitectos Lucas María Palacios y Juan Díaz, así como al ingeniero militar Francisco García de los Ríos. Pocos años antes, Lucas María Palacios y Luis de Céspedes habían sido los autores del proyecto de la Casa Consistorial de la plaza Mayor, tras modificar el original de Andrés Coello. La plaza elíptica se construyó a tenor de lo planeado, pero hubo que esperar varios años para solventar el problema de las fortificaciones que cerraban la villa, hasta 1876, cuando el Senado aprobó el proyecto de ley que autorizaba la demolición de la cerca en forma de estrella.


Con el correr de los años, el domingo 17 de diciembre de 1922, se inauguró el busto del general San Miguel en la plaza que ya llevaba su nombre. «El pedestal es sencillo y severo, y dentro de las escasas dimensiones del busto se le ha dado la mayor majestad posible, apareciendo el general San Miguel sobre el mármol en forma que, sin ser imponente, resulta suficiente para que pueda destacarse dentro de la plaza» (diario «La Prensa», 19 de diciembre de 1922).



En cuanto al quiosco ahora remodelado para usos hosteleros, figura en el «Catálogo urbanístico de Gijón» como un proyecto del arquitecto Manuel García Rodríguez de «hacia 1946» y de «influencia racionalista». García Rodríguez y Joaquín Ortiz diseñaron, en 1935, el edificio racionalista que preside la Plazuela con fachadas a las calles de Capua y de Menéndez Valdés, cuyas obras acabaron en 1946.

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