miércoles, 20 de abril de 2016

La implantación de la enseñanza religiosa en las cuencas mineras de Asturias

“Lo primero que se advierte en los rostros de los obreros asturianos es la huella infame del alcohol…De la lujuria apenas queremos decir nada. Lo que dicen que es cierto es que el adulterio es sobradamente ordinario…Al lado de esta llaga inmunda está la del lujo en las jóvenes…Los mineros blasfeman a troche y moche. Su boca mana tan diabólica vena como una fuente en el agua…los niños aprenden tan impía costumbre en el hogar, en la calle, en el taller, por todas partes…”


Impresiones de un valle

Estas fueron las impresiones que recibió el padre Nazario González, cuando llegó al valle del Caudal y que acabó publicando en1950 en el nº 3 de la revista “Información Lasaliana”. Si damos por supuesto que su opinión reflejaba la de todos los hermanos de su orden, nos explicaremos por qué, cuando los frailes fueron llamados a encargarse de la enseñanza de aquellos pequeños pecadores, asumieron que estaban en un territorio de misiones similar a las colonias que ya conocían en otras partes del mundo.

Si les parece que exagero, déjenme recordar otro párrafo extraído de un artículo escrito para celebrar el aniversario de la fundación de su primera escuela en Mieres: “Hace veinticinco años la Hermandad de la Salle apareció en La Villa, la más insumisa de las kábilas mierenses. Sobre el negro uniforme de esta heroica milicia de Roma, los pecherines blancos proclamaban con su infantil aleteo, la pureza de sus corazones: dos páginas en blanco parecían haber sido elegidas como símbolo de su misión educadora.” 
Y al fin y al cabo, si nos situamos en la óptica del fraile recién llegado a la cuenca minera, veremos un territorio inhóspito, una kábila poblada por una masa inculta, maleducada y atea de trabajadores al servicio de unos empresarios llegados desde muy lejos, que hacían su vida al margen de aquella sociedad o apenas aparecían por aquí, como era el caso de don Claudio López Bru, el segundo marqués de Comillas; unos capitalistas que creaban empleo en esta tierra buscando, como es lógico, su propio benefico y que trataban a sus obreros con la misma generosidad que los emprendedores colonialistas en el África negra o en Indochina.

Aquella era definitivamente una tierra de misión y ningún sitio mejor para desarrollar esta labor que las escuelas, porque desde los inicios de la civilización y hasta el tiempo presente, la palabra de los maestros ha sido fundamental a la hora de transformar a los niños y niñas en buenos ciudadanos y la coyuntura que se vivía en la Montaña Central con el auge de la industrialización requería trabajadores sumisos, fieles a dios y al patrón.

La Ley Moyano

Desde el siglo XVII y hasta 1857, cuando un gobierno liberal promulgó la llamada Ley Moyano, las órdenes religiosas monopolizaron la enseñanza en las capitales de España, como sucedía también en toda Europa; pero la mayor parte del país y especialmente Asturias, era profundamente rural y con una población dispersa y mal comunicada, de manera que la única enseñanza que recibían la mayoría de los pequeños venía de los conocimientos tradicionales transmitidos de generación en generación dentro de cada familia.

Esta situación era la causa de la elevadísima tasa de analfabetismo de la región y traía la consecuencia de que solo se transmitía el aprendizaje de los conocimientos relacionados con las labores del campo y el ganado y a las habilidades necesarias para moverse y aprovechar el entorno más próximo, mientras se ignoraba todo lo que no estuviese directamente relacionado con la vida cotidiana.

La Ley Moyano dividió sus contenidos en cuatro secciones: la primera se ocupaba de los estudios; la segunda, de los establecimientos de enseñanza; la tercera, del profesorado público; y la cuarta, del gobierno y administración de la Instrucción pública. La enseñanza primaria era obligatoria desde los 6 hasta los 12 años y gratuita para los que no pudieran pagarla, pero en la práctica todo siguió dependiendo de la iniciativa de los municipios o de la iniciativa privada.

Hasta que a mediados del siglo XIX se crearon las Escuelas Normales, lo habitual fue que cada comunidad estableciese un contrato pactando las condiciones con maestros que solían compartir este trabajo con otros oficios que a veces estaban tan alejados de lo cultural como el de tabernero y cuyos conocimientos eran a veces tan escasos que apenas podían transmitir otra cosa que las cuatro reglas y las primeras letras. Su paga se fijaba tras un regateo y salía de los arbitrios municipales y de las Obras Pías o de Fundaciones, que abundaban en las zonas rurales y, con frecuencia, el texto básico que se empleaba para aprender a leer era el catecismo.

Del mismo modo, se determinaba la duración del curso, limitado a los meses de invierno, la época en que se precisaban menos los brazos infantiles para las tareas del campo, y también se especificaba el lugar que debía servir como escuela, casi siempre los atrios de las Iglesias, otras veces debajo de una panera y en ocasiones habilitando locales tan pintorescos como el palomar circular que aún se conserva en el Palacio de Arriba de Cenera.

Aunque en ocasiones, aún podía ser peor, si hacemos caso de esta descripción que se publicó en un informe sobre las escuelas asturianas a principios del siglo XX: “...cuadras convertidas en escuelas, locales con grietas enormes en las paredes por donde entra la nieve y el agua, locales a teja vana en donde el maderamen podrido cruje con la acometida del viento…escuelas en las bajeras de los hórreos rodeados de estercoleros, otras contiguas a las tapias del cementerio, por las que los días de lluvia se escurre un caldo espeso y nauseabundo”.

Las escuelas de primera enseñanza

La ordenanza de 1857 vino a poner un poco de orden disponiendo el mantenimiento de las escuelas de primera enseñanza y la retribución dineraria de los maestros, ayudando con dinero del Estado a aquellos pueblos que no pudiesen asumir este gasto con sus propios presupuestos; también señaló la necesidad de construir escuelas elementales fijando su tamaño en función de la cantidad de niños y niñas de cada lugar, así como la ubicación de las escuelas superiores, estableciendo que, al menos la tercera parte, debían ser escuelas públicas.

Una característica particular que alivió la situación del territorio asturiano fue la creación de cientos de escuelas con el dinero que enviaba la emigración americana. Por citar una zona, en el Alto Nalón son buenos ejemplos las escuelas de Tanes y Campo de Caso. La primera se abrió por la iniciativa del párroco de la Colegiata en la década de 1890 y se mantuvo por las aportaciones de los indianos y la segunda fue construida en las primeras décadas del siglo XX y financiada hasta su destrucción durante la Guerra Civil por la Sociedad Casina de La Habana. Otra más, la de Soto de Agues, se pudo construir asimismo en 1923 con el dinero de los emigrantes.

También hubo algunas iniciativas personales como la de don Gaspar de Las Traviesas, gracias al cual se pudo iniciar allá por 1880, la construcción de la escuela de Caleao; o la de don Pedro Suárez, desplazado a La Habana, que completó lo recaudado por sus vecinos para poder concluir los trabajos de la de Rioseco, en el concejo de Sobrescobio.
Pero la aplicación de la Ley Moyano era imposible en aquellas aldeas alejadas de todo y ajenas al proceso de modernización que ya era imparable en las capitales de los concejos mineros y en las zonas más próximas a las grandes explotaciones mineras y las fábricas. La industrialización atrajo a las Cuencas del Caudal y del Nalón un aluvión de familias atraídas por la demanda de trabajadores, que llegaron desde otras regiones multiplicando la población infantil. Pronto se vio pronto la necesidad de abordar la escolarización de estos centenares de niños y niñas cuyo destino no podía ser otro que el de heredar el trabajo de sus padres en las galerías y los hornos.


Enseñanza y orden social

Por otro lado, a finales del siglo XIX los capitalistas eran conscientes de que la mejor manera de defender su posición de privilegio pasaba por mantener el orden social y esto solo podía lograrse si los trabajadores aceptaban con normalidad el papel de sumisión que les correspondía por haber nacido en una clase social destinada a la producción de riqueza que ellos aprovechaban.

Para que asumiesen esta circunstancia, había que educarlos en esta idea desde niños, inculcando en sus conductas infantiles unas normas que ellos debían asumir con normalidad, sin cuestionarse nada, considerando que el hecho de que los obreros debían trabajar para enriquecer a sus patronos era algo tan inmutable como los nombres de los continentes o la tabla de multiplicar.

A nadie se le escapa que las escuelas han sido hasta la llegada de las nuevas tecnologías el medio más eficaz para divulgar los postulados de la ideología dominante, por eso, las instituciones y las familias apoyaron la autoridad de los enseñantes que no dudaban en emplear incluso los castigos físicos para reforzar este aprendizaje.

Los empresarios comprendieron enseguida que el eje de este sistema estaba en los propios maestros. En aquel momento, la orientación educativa dependía de la Universidad y más concretamente de la visión de sus rectores, entre los que había intelectuales tan alejados de este concepto de enseñanza autoritaria como Félix Aramburu o Fermín Canella, impulsor de la Extensión Universitaria, la Universidad Popular, las Escuelas Neutras y los Ateneos, siguiendo los postulados laicos de la Institución Libre de Enseñanza.

Estaba claro que esta situación era contraria a sus intereses y por eso se buscó una alternativa en las órdenes católicas y los patronos establecieron contacto con las congregaciones dedicadas a la enseñanza, que no dudaron en desplazar a sus efectivos humanos si se les proporcionaban las infraestructuras y la dotación económica necesaria.

La educación femenina

La enseñanza religiosa en las Cuencas tuvo su primer objetivo en la educación femenina, seguramente porque en aquel momento todavía se anteponía la necesidad de obreros infantiles a su educación y el número de niños obreros era superior al de niñas. En Sama de Langreo, el reglamento de de las escuelas de Duro y Cía ya establecía en 1869 la obligación de asistir a la misa dominical, el rezo obligatorio al término de las clases de la mañana y de la tarde, y el Rosario, semanal para los niños y diario para las niñas, anunciando esta diferencia entre sexos, pero hubo que esperar a 1897 para que la empresa, con ayuda del Ayuntamiento de la localidad, decidiese llamar a las Hermanas Dominicas de La Anunciata para que inauguraron aquí un colegio, el primero de los que le iban a seguir en la Montaña Central.

Unos meses más tarde, las monjas fueron llamadas por Enriqueta Guilhou para sustituir en Ablaña a las maestras laicas de Fábrica de Mieres. Allí fundaron una Casa Colegio con cuatro hermanas Dominicas a comienzos de 1898 con el objetivo de educar e instruir gratuitamente a las hijas de los obreros y empleados de la empresa, y se encargaron a la vez de abrir una Escuela del Hogar. Poco después se establecieron en el centro de Mieres y también en Ujo y Caborana, donde abrieron incluso Escuelas Dominicales para alejar a las niñas de las distracciones de la calle disminuyendo sus horas de ocio.

En Sotrondio y Bustiello la enseñanza femenina se cedió a otra orden francesa, encargada a la vez del hospital del poblado minero: las Hijas de La Caridad de San Vicente de Paúl. Una congregación que también era conocida en otros ámbitos más sórdidos, como el control de las reclusas en las cárceles francesas, labor que repitieron en España durante la posguerra, donde, a juzgar por los testimonios de las reclusas, no destacaron por su comportamiento piadoso y que ahora ha vuelto a la actualidad al estar implicada en el triste caso de los niños robados a sus madres en fechas mucho más cercanas.

Los Hermanos de las Escuelas Cristianas

En cuanto a los niños, su educación se dejó casi exclusivamente en manos de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, otra orden francesa cuya implantación en Asturias vino motivada por la política de Émile Combes, ministro de Instrucción Pública y de Cultos en el gobierno de León Bourgeois y antiguo seminarista que –como suele suceder en muchos casos- cuando abandonó aquel recinto se convirtió en un activo militante anticlerical.

Casi todos los religiosos y religiosas que se encargaron de abrir sus escuelas en los valles mineros eran españoles, pero pertenecían, como vemos a congregaciones francesas e incluso algunos habían llegado desde el país vecino forzados por la Ley de Asociaciones que se aprobó allí el 1 de julio de 1901 bajo la inspiración de Combes.

Aquella norma supuso el cierre de miles de colegios católicos en Francia, aunque para la Iglesia lo más duro fue la aprobación en el Parlamento de otra Ley, el 7 de julio de 1904, que dio un plazo de 10 años para que ningún religioso pudiese enseñar o dirigir un colegio, basándose en que no se podía confiar la educación de los niños y de los jóvenes a quienes los formaban “únicamente para reaccionar contra los principios de la Revolución".

Para evitar desvincularse de las escuelas y poder seguir con su trabajo como maestros laicos, algunos religiosos se secularizaron, pero otros consideraron esta actitud como una "apostasía" y se trasladaron a España, un territorio ajeno a esta polémica y que ofrecía muchas posibilidades de crecimiento.

La llegada de los Hermanos de las Escuelas Cristianas al Nalón estuvo ligada a don Buenaventura Junquera, ferviente católico y director técnico en aquellos años de Duro-Felguera. Se establecieron primero en Ciaño, en una pequeña escuela atendida por los mismos frailes que se encargaban del culto y de la predicación por la zona y luego, el 1 de abril de 1902, pasaron a La Felguera, más poblada y que ofrecía más posibilidades. Allí trabajaron en un principio cuatro hermanos junto a otros maestros no religiosos, que impartían enseñanza primaria gratuita a los hijos de los obreros de la empresa y a otros niños de la localidad.

Este fue el primer centro que llevó, en España, el nombre de "San Juan Bautista de La Salle" y, tuvo tanto éxito que, apenas un año más tarde, tuvo que cambiar de lugar para atender a unos 500 niños y también a 300 adultos, lo que hizo necesaria la presencia de más frailes. Luego su crecimiento solo se detuvo con la crisis que en 1905 afectó a la empresa, obligando a limitar su matrícula a los hijos de sus trabajadores, lo que motivó protestas entre los vecinos que quedaron excluidos de las aulas. 

Los Guilhou y Fábrica de Mieres

En el Caudal la labor de protección corrió a cargo de la familia Guilhou, que había pasado en tres generaciones por el judaísmo, el calvinismo y al catolicismo que en aquel momento practicaban con fervor doña Enriqueta Guilhou, y susLos Guilhou.jpg hijas Jacqueline y Marta, que serían respectivamente la marquesa de Villaviciosa y la condesa de Mieres. Ellas sabían por la fluida relación que mantenían con el país vecino, de donde procedía su linaje, la desgracia que estaba afectando a los hermanos de La Salle y vieron claro que establecer una relación con ellos podía beneficiar a las dos partes.

La operación se hizo con la mediación del párroco de la villa, don Valeriano Miranda, seguramente el cura más popular de esta villa, que cuando falleció en 1927 después de haber pasado 42 años al frente de la parroquia de San Juan, fue reconocido como hijo adoptivo de Mieres. Don Valeriano era primo del capellán de los frailes de La Felguera, Eduardo Merediz, y le informó del interés que manifestaban los empresarios mierenses por repetir la experiencia que se estaba dando en el Valle del Nalón, construyendo aquí otro colegio regido por los mismos religiosos para asegurar la educación de sus futuros obreros.

El siguiente paso consistió en hablar con el Provincial de la congregación, quién no dudo en dar el beneplácito a este plan y el 24 de marzo de 1904 llegó desde Bujedo, en Burgos, donde se emplaza el centro administrativo lasaliano en la península Ibérica, el primer hermano, encargado de estudiar el terreno y de establecer los contactos con las autoridades de la villa, antes de recomendar el traslado de otros compañeros.

Igual que había sucedido en Ciaño, el colegio tardó en encontrar su ubicación definitiva. Los Guilhou, que contaron con el apoyo de la Junta Provincial de Beneficencia, ofrecieron primero el edificio que ocupaba el hospital de Fábrica de Mieres en Murias, cerca de donde se levanta el actual, pero fue rechazado porque parecía algo distante de la población; se recurrió entonces a unos talleres de la empresa, que se ignoraron por el mismo motivo y finalmente las aulas se pudieron habilitar en una casa de la adinerada familia Trelles en La Villa, que se aceptó “por ser punto estratégico y necesitado de Escuela”.

Pasadas pocas semanas desde la llegada de los frailes se abrió la matrícula limitada en un principio a los hijos de los obreros de la Fábrica, que se mostraron remisos a aceptar la invitación, de manera que las primeras plazas las ocuparon otros niños, pertenecientes a otras familias católicas y más pudientes de la población. Igual que sigue sucediendo hoy con determinados colegios concertados, esta circunstancia atrajo a los demás y hubo que habilitar un aula más y traer refuerzos desde Bujedo.

Como la demanda de matrícula siguió creciendo, se cambió una vez más de edificio mientras se iniciaba el 3 de noviembre de 1915 la construcción del definitivo: el Colegio Santiago Apóstol, que heredaba también los beneficios de la Obra pía creada por una herencia en 1624. Contaba con grandes patios para recreo, capilla, biblioteca y sala de juegos; fue inaugurado en 1918 y reconvertido en colegio público en 1971, tras la profunda crisis de vocaciones que unos años antes había diezmado a los Hermanos de la Doctrina Cristiana.

Con todo, en el primer tercio del siglo XX, estos frailes ya se habían extendido por Asturias, donde llegaron a abrir diez colegios, seis de ellos en las Cuencas mineras, financiados gracias a los convenios firmados por Hulleras de Turón, la Sociedad Hullera Española, Duro-Felguera, Coto-Musel y Fábrica de Mieres, cuyos directivos vieron en ellos un baluarte contra la extensión del sindicalismo y la militancia obrera. Luego, superando los altibajos que supuso la etapa republicana y la Guerra Civil, su impronta acabó marcando a varias generaciones de jóvenes que en uno u otro momento de sus vidas se educaron aquí bajo sus postulados.


Bustiello, la ciudad de Dios

Es bien sabido que el paradigma de la enseñanza religiosa estuvo en Bustiello, inspirado por el paternalismo que don Claudio López Bru, el segundo marqués de Comillas convirtió en la seña de identidad de su empresa, la Sociedad Hullera Española. Varias monografías publicadas en los últimos años sobre este lugar se extienden en los detalles de unas vidas marcadas por un acuerdo no escrito en el que las familias renunciaban a sus libertades, especialmente en lo concerniente al pensamiento y la expresión, a cambio de disfrutar de mejores condiciones de vida que las que padecían los trabajadores de las zonas limítrofes.

En el poblado nada era inocente. Las construcciones se escalonaron simbólicamente en tres niveles imitando una pequeña ciudad de Dios: la Iglesia y los religiosos en lo más alto; las lujosas viviendas de los directivos en un nivel intermedio y las viviendas de los trabajadores debajo. El único espacio abierto donde poder reunirse estaba frente al templo y no tardó en levantarse allí un monumento al piadoso aristócrata con una estética que recuerda demasiado a la imaginería mariana.

La obsesión religiosa del marqués culminó aquí con una completa conjunción entre los intereses empresariales y la religión católica, reflejada en el postulado de que no podía ser buen obrero quien no era buen católico, ni –a la inversa- buen católico quien no era buen trabajador.

El lugar más sagrado de la comunidad era -y sigue siendo- el altar de su iglesia, adornado con tallas que representaban los tres pilares económicos del marqués: La navegación, el ferrocarril y la propia minería, ante los que debían arrodillarse en cada ceremonia los habitantes de Bustiello.

El propio marqués presidió la firma del contrato fundacional para que el 4 de diciembre de 1906 la Escuela de la Inmaculada iniciase sus trabajos. Este centro, con comunidad de 9 hermanos iba a ser el punto de partida para la expansión de la congregación de la Salle en el territorio de la Sociedad Hullera. Desde allí salían cada día los frailes hacia Ujo y Caborana, donde ya había prendido la llama del marxismo y por ello era más difícil asentar su misión, de forma que hasta 1922 no se estimó conveniente construir en las dos localidades los nuevos colegios de San Claudio y de Santiago Apóstol.

Manuales y catecismo

El currículo de las escuelas regidas por la Sociedad Hullera Española se componía de Lectura, Escritura, Gramática, Aritmética, Geometría, Geografía, Historia de España y dos asignaturas confesionales: Historia Sagrada, que impartía un maestro y Doctrina Cristiana, a cargo del capellán de la empresa. También era obligatorio concurrir al catecismo y una vez al mes se reunía a todos los niños del coto minero para realizar un examen, de cuyos resultados se informaba a los patronos. Por supuesto, era injustificable la ausencia a la misa de los domingos y fiestas de guardar que se celebraba en la iglesia del poblado minero y hasta donde se desplazaban a pie las niñas de Ujo encabezadas por su maestra.

En la otra orilla, la enseñanza confesional tuvo en estos años un serio oponente en la actitud laicista del denominado “Grupo de Oviedo”, articulado en torno a la Universidad y que integraban intelectuales como Rafael Altamira; Leopoldo Alas “Clarín”, Adolfo Álvarez Buylla; Adolfo González Posada o el mierense Aniceto Sela. Ellos perseguían el doble objetivo propuesto por la Institución Libre de Enseñanza de formar a los obreros en el conocimiento de las materias prácticas e impedir el control ideológico de las escuelas católicas y por ello inspiraron la apertura de escuelas racionalistas y neutras con una pedagogía basada en compaginar la práctica diaria de las actividades en el aula y el trabajo de campo.

En estos centros se divulgaban las ciencias positivas como la física o la química, mientras las materias confesionales se sustituían por otras como la anatomía y la fisiología, que los frailes evitaban porque obligaba a los niños a pensar en cosas tan peligrosas como la dificultad de casar la narración bíblica del origen de Eva con la evidencia de que los hombres no tenemos una costilla menos que las mujeres.


Escuela neutra de Turón y laicismo

En 1911 se abrió la Escuela Neutra de Turón y en el curso siguiente la de Mieres, que dependía del Centro Obrero, y poco después ya eran muchos los pueblos que contaban con la suya, hasta que la dictadura de Primo de Rivera puso freno al librepensamiento y lo intentó reemplazar por nuevas escuelas que dependían de asociaciones confesionales como la Acción Católica en Langreo, el Sindicato Católico en Ujo o la Juventud Católica en Mieres. La Iglesia intentó combatir estas enseñanzas impulsando por su cuenta la educación popular de los adultos y consta que en lugares como Laviana, después de advertir desde el púlpito que el Infierno esperaba a quienes asistiesen a la Escuela Neutra, se logró la renuncia de los maestros que colaboraban con aquella empresa.

En realidad, los defensores del laicismo no buscaron nunca el combate directo contra la enseñanza religiosa, seguramente porque sabían que llevaban las de perder, dada la influencia que el clero ejercía sobre la mayor parte de la población. Un buen ejemplo está en lo que ocurrió el 29 de junio de 1901, cuando el marqués de Comillas organizó una peregrinación infantil religioso-patriótica a Covadonga con el fin de responder “a las tempestades que contra la Religión y contra la Patria se desatan en estos aciagos tiempos en nuestro país”. 19 coches de pasajeros se llenaron con las familias de los trabajadores de la Hullera Española y los niños desfilaron en Ujo, Mieres y Oviedo, acompañados de las autoridades. La prensa cuenta que en la capital se sumaron los niños del catecismo para dirigirse hasta la Catedral, donde iban a oír misa y que al pasar por delante de la Universidad se izó la bandera por orden del vicerrector Fermín Canella, que como dije antes era un conocido librepensador y miembro de la masonería.


Rosario Acuña

Otra mujer que nunca ocultó tampoco su vinculación a las logias fue Rosario Acuña. En un discurso que pronunció en 1911 sobre el asunto del ateismo en las Escuelas Neutras, vemos cual era la postura de sus impulsores que no negaba la existencia del Gran Arquitecto del Universo, sino la forma de interpretarlo que tenían los que ella llamaba mercenarios de la fe:


“...yo por mí, sé deciros que, cuando en los linderos de mi niñez, asomé mis ojos a un anteojo en el observatorio astronómico de París, y vi pasar ante mi vista el planeta Venus en su plenilunio, con sus polos brillantes y su ecuador ceñido de plateadas nubes, fue tal mi emoción de amor al creador de tan hermoso astro, que mis pupilas se anegaron en lágrimas y se grabó en mi mente la firme creencia en su existir y su poder…¡Este es el ateismo de la escuela neutra! Ella le dice al niño: “Mira, oye, observa, estudia y deduce”.

Con un planteamiento muy diferente, basado en la obediencia y la fe incuestionable en lo que no se puede ver, oír, observar, estudiar o deducir, los religiosos y religiosas que se establecieron en la Montaña Central alcanzaron en esos años un gran prestigio entre los vecinos, y en esta consideración tuvieron mucho que ver dos novedades que incluyeron en sus escuelas: la separación de los alumnos en diferentes aulas según su edad y la disciplina para controlar su asistencia, pero al mismo tiempo, los padres siempre fueron conscientes de que el éxito escolar en sus colegios dependía tanto del nivel social de sus familias como de su comportamiento religioso.

De frailes, monjas y empresarios

Por otro lado, tanto los frailes como las monjas asumieron conscientemente una relación de dependencia con los empresarios que financiaban los colegios y que se refleja precisamente en lo que ocurría con el registro de faltas, solicitado a menudo por los directivos interesados en saber no solo cual era la actitud de los padres ante la disciplina de sus hijos, sino también el estado de salud del que gozaban sus futuros trabajadores. Y estos datos también tenían sus consecuencias, cuando llegaba la sorpresa de que algunos antiguos alumnos eran rechazados en el momento de incorporarse a las minas porque en el momento del reconocimiento médico se hacían constar sus antecedentes de mala salud. Los colegios religiosos se identificaron además con la mentalidad clasista de los patronos, haciendo suyas sus ideas políticas y transmitiéndolas además a las asociaciones juveniles que fueron creando en paralelo a los colegios y que nunca ocultaron sus simpatías por determinadas opciones políticas, para desesperación de algún sacerdote crítico como Maximiliano Arboleya, que supo ver el riesgo que esto entrañaba.

El movimiento obrero consideró desde un principio a las ordenes católicas como una especie de policía ideológica que facilitaba a las empresas informes sobre el comportamiento público y privado de las familias, de los que dependía la posibilidad de una mejora en el puesto de trabajo. También era notorio que en ocasiones no dudaban en aconsejar los despidos de quienes planteaban dudas sobre su autoridad. Desgraciadamente, dos décadas más tarde estas consideraciones sirvieron de justificación a los sectores más extremistas que en la revolución de octubre de 1934 resolvieron el odio acumulado convirtiendo al clero en objetivo de su violencia.

Momentos agitados

Aunque, para llegar hasta estos hechos debemos detenernos también en los desacuerdos que se habían vivido en los meses previos, tras la proclamación de la Republica española. En 1931, el nuevo régimen permitió que los colegios siguiesen funcionando, con la excepción de aquellos que regían los jesuitas, que como es sabido, fueron expulsados del país, pero se prohibió que las órdenes religiosas ejerciesen la enseñanza y que los crucifijos presidiesen las aulas, una cuestión que hemos visto volver a agitarse en épocas no tan lejanas y que aún sigue suscitando la polémica en determinados ambientes de este país.

Esta situación era un caldo de cultivo excelente para quienes querían agitar el fantasma de la persecución a la Iglesia, apoyándose en los incendios de templos que se habían producido en otras partes del país. En la primavera de 1932, tras un periodo de clausura, se volvió a abrir el colegio de los Dominicos de Ciaño al cargo de maestros seglares; sin embargo, un grupo de padres católicos logró que la enseñanza siguiese encomendada a los mismos hermanos y como protesta se produjo una huelga de 10 días en las minas de la zona forzando la intervención del Gobernador Civil. Finalmente se supo que entre quienes habían reclamado la vuelta de los religiosos había personas que ni pertenecían a la empresa ni tenían hijos en la Escuela, que fueron acusados de instigar el conflicto y multados.

El territorio controlado por los herederos ideológicos del marqués de Comillas, vuelve de nuevo a llamarnos la atención en esta época por el empecinamiento de las autoridades de la Hullera Española en permanecer al margen de la autoridad política. En Bustiello se siguió obligando a los niños a acudir en formación a la misa dominical desfilando y se castigaba severamente a los que faltaban a la fila.


La Ley de  Sustitución y las Asociaciones de Padres de Familia

A pesar de que las autoridades advertían de su ilegalidad, En otros lugares sucedía lo mismo y por persistir en esta costumbre el domingo de Carnaval de 1933 fue detenido y conducido hasta Mieres el Director de la escuela de Turón, pero a pesar de todo, una vez puesto en libertad, siguió haciendo lo mismo. De nada sirvieron las protestas de los socialistas: el periódico Avance publicó alarmado que en las Escuelas del Ave María de Boo, dependientes de la misma empresa, los alumnos estaban obligados a guardar las fiestas religiosas en vez de las que marcaba el calendario escolar republicano. Cuando a finales de 1933 se aprobó la Ley de Sustitución que ordenaba el relevo definitivo de las órdenes religiosas por maestros laicos, volvieron todo tipo de dificultades y sobre todo las económicas que impidieron acometer el proyecto.

El caso del colegio Santiago Apóstol de Mieres, propiedad de la Fábrica, que había cerrado sus puertas negándose a alquilar el edificio al municipio, fue esgrimido por el diputado Ramón González Peña para exigir ante las Cortes la nacionalización de estos centros, pero la propuesta fracasó al obtener solo el apoyo de los socialistas.

La respuesta de la Iglesia fue la creación de Asociaciones de Padres de Familia que impulsaron el desarrollo de las Mutuas Escolares, con el objetivo de hacerse cargo de las escuelas y cambiar a los frailes por seglares católicos, y en medio de esta marejada, de nuevo la Hullera Española seguía demostrando su fuerza ante las autoridades. En 1934, es sus escuelas trabajaban 58 maestros, entre ellos había 47 frailes y monjas.

El asesinato de los Hermanos de La Salle en Turón no hizo otra cosa que dar argumentos a algunas capitanías en las que ya se empezaba a conspirar para imponer por las armas una dictadura que restaurase el poder de la Iglesia. Lo consiguieron en 1939. Entonces España se definió como un estado nacional-católico y todo el país quedó convertido en una enorme escuela confesional. Pero este ya es otro capítulo.

Texto de Ernesto Burgos 

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