viernes, 25 de marzo de 2016

La batalla de Turiellos


Ustedes son asturianos, no hace falta que les explique nada sobre la batalla de Covadonga. Saben de sobra que hay quienes dicen que nunca existió y quienes mantienen que allí nació lo que hoy es -o mejor, lo que hasta hace poco era España-. Seguramente ni los unos ni los otros tienen razón y lo que ocurrió en las montañas de Cangas de Onís fue una escaramuza que todos contaron con exageración: los cristianos porque les venía bien para animar a los suyos presumiendo de haber derrotado a un gran ejército con la ayuda de la Virgen, y los musulmanes porque así justificaban la vergonzosa derrota que habían sufrido a manos de un grupo de montañeses inexpertos.

Los cronistas medievales dieron por bueno el hecho bélico y contaron lo que pudieron sobre la vida de sus protagonistas, luego otros lo fueron repitiendo y adobándolo. Nos han dicho que el personaje más importante de la época se llamaba Pelayo y que fue el primer rey de la monarquía asturiana, pero hoy no toca hablar de él. También sabemos quien mandaba a los moros (si es que aún puede usarse esta palabra sin que los nuevos meapilas vean en ello un ánimo racista): era un berebere llamado Munuza, que había entrado en la península con la vanguardia árabe en el año 711 e hizo carrera política por una serie de avatares que no vienen al caso hasta que fue nombrado wali, es decir gobernador, de la zona noroccidental de Hispania.

La prueba de lo poco que sabemos sobre lo sucedido en este siglo está en lo que pasó con las fortificaciones que se han encontrado en el paso de la cordillera Cantábrica por el Homón de Faro, entre los puertos de San Isidro y Pajares. En un principio los arqueólogos erraron atribuyéndolas a las guerras entre astures y romanos y no hubo problema porque se sabía quiénes, cuándo y para qué las habían levantado, pero cuando se dataron con exactitud vino la sorpresa de saber que se hicieron entre mediados del siglo VII y principios del VIII de nuestra era y entonces se pasó a desconocer quienes fueron sus autores y por qué mandaron construirlas. Sólo quedó claro que coincidían en el tiempo con otra obra similar que se encuentra en el yacimiento de El Muro, en el puerto de La Mesa.

Así que al hablar de Covadonga, de Munuza, de Pelayo, o incluso del oso que se zampó a su hijo Favila, debemos tener en cuenta que cualquier historia puede ser en realidad una leyenda y viceversa.

Con estas premisas, podemos acercarnos a lo que siempre se ha dado por válido: hubo una época en la que las dos comunidades convivieron en Asturias bajo el mando musulmán y se respetaron, hasta que Munuza, que tenía su cuartel general en Gijón, se enamoró de la hermana de Pelayo, Ermesinda (o Adosinda, según otros), y para que el cristiano no se interpusiese en la relación lo mandó hasta Sevilla mientras arreglaba aquí su boda; ella a su vez estaba prendada de otro peninsular llamado Alonso y ante la amenaza de que lo matasen no tuvo más remedio que aceptar el enlace, pero Pelayo no quiso tragar con el asunto y el mismo día de la ceremonia atacó a Munuza, fracasó y entonces tuvo que refugiarse en las montañas de Cangas de Onís con un grupo de seguidores.

Luego vino la batalla de Covadonga y, según los cronistas medievales, la derrota de los fieles de Alá. Al conocer los hechos, Munuza se asustó y decidió abandonar Gijón huyendo con la guarnición que la protegía, seguido de cerca por los cristianos hasta un lugar llamado Olalles donde éstos decidieron el ataque y los masacraron, de manera que ya no quedó un solo moro en las montañas de Asturias.

Más o menos esto es lo que se sabe sobre el asunto, aunque existen otras versiones parecidas y seguramente nunca llegaremos a conocer con exactitud cual es la buena, si es que alguna puede serlo, pero no podemos dejar de contar que, andando el tiempo, otros historiadores fueron añadiendo más detalles a la historia hasta concluir que ese lugar de Olalles estaba en Turiellos u Oturiellos, que no es otro que el nombre antiguo que recibió durante siglos La Felguera.

Es cierto que se ha intentado identificar este sitio con otros emplazamientos: cerca de Oviedo o en Santa Olaya de Abamia, donde cuenta la tradición que fue enterrado el mismo Pelayo con su mujer Gaudiosa e incluso en Proaza, donde lo localizaba Claudio Sánchez Albornoz pensando que la huida se había hecho buscando el puerto de La Mesa; pero los autores clásicos, en los que se basan la mayoría de los estudios modernos no dudan en ubicarlo en la cuenca del Nalón. El hecho de que la ubicación que manejan los cronistas medievales para el enfrentamiento esté a siete leguas desde la villa costera, cuando los musulmanes ya había dejado atrás el centro de Asturias también apoya esta posibilidad.

Veamos por ejemplo lo que escribió en 1826 el padre Risco en su «España Sagrada»: «Munuza, que como ya se ha dicho era uno de los cuatro capitanes que entraron en Asturias y estaba apoderado de la plaza y tierra de Gijón, temió tanto con la nueva de estas victorias de los cristianos, que no dándose por seguro en aquella fortaleza con ser la más ventajosa de Asturias, la desamparó huyendo hacia las montañas de León. No pudo llegar a éstas porque siguiéndole los asturianos le alcanzaron en un lugar y valle cuyo nombre es Olalles, mencionado en una antigua escritura de la Santa Iglesia de Oviedo (?) y allí le vencieron y mataron con todos los árabes que salieron de Gijón, de donde el dicho valle dista siete leguas». 

Y ahora, un fragmento que ofrece más datos, al que he actualizado la ortografía para que lo lean mejor. Pertenece a otro erudito más antiguo, el jesuita Luis Alfonso de Carvallo que contó esto en 1695 en el libro «Antigüedades y cosas memorables del principado de Asturias»: «Las nuevas de estas portentosas victorias llegaron corriendo sangre (como dicen) a Munuza, gobernador de Gixón, el cual, viendo que Alcaman y su poderoso ejército era desbaratado, no atreviéndose a aguardar al victorioso don Pelayo en la ciudad de Gixón, con ser tan fuerte como hemos dicho, se salió secretamente con alguno de los suyos procurando ponerse a salvo y atravesando las cuatro leguas que hay de Gixón adonde ahora está la ciudad de Oviedo, pasó delante para meterse en las montañas, pero algunos asturianos que residían por aquella parte cuyo nombre no refieren las historias, viéndole ir huyendo le siguieron hasta el valle que llaman de Alalle donde Munuza les volvió el rostro por parecerle que traían los cristianos menos gente que él, como era la verdad, y por que ya le era forzoso pelear, por haberle los nuestros alcanzado.

Tomaron los cristianos por nombre y apellido en esta batalla el de la bendita virgen Santa Eulalia y así invocándola y apellidando Olalle, Olalle, que así llamaban en Asturias esta santa, vencieron los cristianos al capitán Munuza y le mataron y desde entonces se llama aquel sitio el valle de Olalles».

Ambrosio de Morales en la «Crónica general de España», publicada en 1791 dice que tras la batalla «los de aquel valle afirman que teniendo entonces, como ahora tienen, Iglesia de Santa Eulalia, de donde la tierra toma el nombre, la tomaron aquel día por su Abogada y con su apellido y su favor celestial vencieron».

La Felguera es también el único lugar en el que se conservó la tradición de la batalla, que se habría desarrollado concretamente junto al puente romano ya desaparecido que dio nombre al barrio más antiguo de la población y que por su tamaño y su estructura de seis vanos era el mayor de la región, lo que indica la importancia que en su día tuvo esta ruta para pasar a la Meseta. Si recordamos lo que señalé más arriba sobre las murallas que impedían el paso por los otros puertos, hay que pensar que el camino más fácil para entrase en Asturias tuvo que ser el paso de Tarna y Munuza, que ya lo conocía, lo elegiría otra vez para su escapada para dirigirse hasta León sin perder tiempo por otras vías más peligrosas.

A partir de estos datos y de que la parroquia de San Pedro de La Felguera estuvo dedicada anteriormente a Santa Eulalia de Turiellos, otros investigadores tan reconocidos cono el padre Mariana o el arabista Eduardo Saavedra también situaron la batalla en el valle del Nalón y a nosotros, a pesar de que se nos pueda acusar de ser parciales en este tema e intentar arrimar el ascua a nuestra sardina y la batalla a nuestra historia local, nos parece también lo más creíble.

Sería bueno convocar unas jornadas de expertos en La Felguera, porque aunque seguramente no se puedan despejar nunca todas las dudas, la vida cultural de la villa recibiría un soplo de aire fresco y serviría de justificación para recordar la batalla entre cristianos y musulmanes con una de esas recreaciones históricas que ya están animando las fiestas patronales de otros pueblos con menos historia.

Texto de Ernesto Burgos para La Nueva España 

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