Me contaron en Aller que hace un siglo, en una casería cercana a Felechosa, un padre decidió que había llegado la hora de que su hijo, que nunca había salido de casa, ampliase sus horizontes y le dio dinero y recomendaciones para que «viese mundo» bajando el domingo hasta el mercado de Mieres. El rapaz lo hizo así, se puso sus mejores galas y cumplió el itinerario con las paradas habituales que entonces hacían quienes realizaban el trayecto a pie: comida en Piñeres y noche en Santa Cruz. En Mieres lo pasó divinamente y a la vuelta no tuvo inconveniente en responder cuando su padre le preguntó qué le había parecido el mundo: «Home, anchu non ye que sea muy anchu, pero llargu ye la de su madre».
Y es que entonces los horizontes eran muy cortos; o no se salía nunca, o si se hacía era por la obligación del servicio militar o en un único, triste y largo viaje para cambiar de región en busca de trabajo. Cuando los trabajadores se unieron en la Internacional, acordaron luchar por una jornada de trabajo digna que contemplase también el tiempo de descanso: 8 horas en el tajo, 8 para el sueño y 8 para que cada cual pudiese hacer su vida, pero ni en los plantea
mientos más utópicos se le ocurría a nadie hablar de vacaciones ni de viajes de placer. Eso eran cosas de ricos muy ricos y hubo que esperar mucho para ver algunas empresas pioneras preocupándose por mejorar el tiempo de ocio anual de sus asalariados.
Siguiendo las recomendaciones de la llamada «política social», en la década de los 70 la entonces todopoderosa HUNOSA disponía de un completo programa para las vacaciones estivales en el que se atendía tanto a aquellos que no salían de las Cuencas como a los más aventureros que soñaban con conocer los lugares llenos de suecas y jeques árabes que nos mostraban en el cine las «españoladas». Para estos afortunados que habían logrado ahorrar lo suficiente -o por lo menos la mitad del coste del billete, ya que la empresa se ofrecía a adelantar el otro 50 por ciento- se ofrecían estancias de quince días en Mallorca, Málaga y Canarias, a partir de 4.005, 5.792 y 6.885 pesetas respectivamente, dependiendo de la calidad del alojamiento, pero teniendo siempre en cuenta que se trataba de pensión completa.
Aunque la mayoría no se atrevía a hacer frente a ese gasto y optaba por residencias más baratas y cercanas. Para los jubilados estaba Villamanín, en seis turnos desde el 11 de junio al 3 de septiembre; para los niños y niñas (hijos de productores según la terminología de la época) había dos opciones: Tapia de Casariego del 1 de julio al 7 de septiembre y Barrios de Luna del 13 de julio al 20 de agosto y finalmente estaba la joya de la corona: Perlora, en nada menos que 7 turnos que se abrían el 11 de junio para culminar el 5 de octubre, con lo que se trataba de aprovechar desde el primer rayo de sol que aparecía en la costa asturiana hasta el último, aunque en muchas ocasiones -ya conocen nuestro clima- los únicos que podían broncearse eran los afortunados de julio y agosto.
La ciudad de vacaciones de Perlora aunque ya tenía historia vivía entonces sus mejores momentos. Había nacido en el verano de 1954 de la mano de la ínclita de la Organización Sindical y el empeño del asturiano Servando Sánchez Eguibar, diputado en las Cortes franquistas por el tercio sindical, como un proyecto innovador dirigido a los trabajadores con menos recursos y estaba financiada con sus cuotas y las de los empresarios. Se trataba de un amplio complejo ajardinado de más de 20 hectáreas orientado al mar que llegó a tener hasta 273 chalés de una o dos alturas y una residencia con 90 habitaciones, junto a la que se levantó otro pabellón a finales de aquella década con 30 habitaciones más.
Estaba preparada para alojar a las familias obreras vinculadas a la minería y la siderurgia, aunque también acogía a trabajadores de otros ramos llegados de toda España, y al completo podía albergar a 1.500 personas que disponían de comedor, unos cuantos bares, servicio de correos e incluso una pequeña clínica, todo ello atendido por una plantilla de 220 trabajadores especializados en los diferentes servicios.
Pero Perlora por su ubicación y sus características siempre fue un caramelo para la empresa privada y así con la caída del franquismo comenzó su decadencia interesada, pasando a depender primero del Ministerio de Trabajo y más tarde del Principado de Asturias que empleó la táctica del «déjalo caer» de la que ya hemos hablado aquí otras veces y abandonó vergonzosamente la defensa de lo público desaprovechando lo que en otras comunidades habrían convertido en un punto de referencia del turismo nacional, pero esa ya es otra historia.
Volviendo a HUNOSA, otra de sus actividades eran las excursiones dominicales que cada semana desplazaban a diferentes puntos del Cantábrico a los vecinos de las Cuencas haciéndose cargo de una parte del billete. Los autobuses iban saliendo de los núcleos más poblados y convertían el punto de destino en un bullicioso despliegue de toallas, sombrillas y fiambreras que cuando la marea estaba alta proporcionaba a los asiduos del lugar un espectáculo insólito.
Los guajes también encontrábamos allí una diversión aliñada con la actuación de alguno de esos personajes populares que ya han desaparecido de nuestras calles, como Olegario, del que se contaba que llevaba en el cráneo una placa de platino que le habían colocado en Rusia y que por eso era vigilado discretamente por los científicos del Régimen que querían estudiarlo. Él alimentaba la leyenda y después de tenderse al sol unos minutos anunciaba que iba a meter la cabeza en el agua para que viésemos salir el humo?
En fin, tengo que decir que gracias a aquellos viajes fui conociendo playas que luego tardé muchos años en volver a ver y que a pesar de los años transcurridos aún guardo el recuerdo de la pequeña epopeya que suponía el desplazamiento cuando había mal tiempo, con la mitad de los viajeros fumando farias, la otra mitad entonando incesablemente «el señor conductor va muy serio», los cristales empañados, las curvas que nunca se acababan, la incomodidad de los asientos y el colofón que venía con la petición de la primera bolsa para el mareo que inauguraba por reacción el «festival de la arcada».
Perdónenme ustedes la marranería, pero llegados a este punto no puedo dejar de citar la irrepetible anécdota de aquella mujer que impelida por la necesidad decidió vomitar por la ventanilla y se vio obligada a detener con sus gritos el autocar porque en el esfuerzo se la había caído la dentadura en mitad de la carretera. La búsqueda posterior que iniciamos los más jóvenes por el arcén ya nos acerca a la imagen surrealista.
Afortunadamente los tiempos han cambiado y hoy la herencia de todo aquello no se le parece en nada. El Montepío minero, ofrece a sus 16.000 mutualistas asturianos alojamientos en Los Alcázares (Murcia) y Roquetas de Mar (Almería) y el balneario de Ledesma (Salamanca), lugares que en los meses de verano tienen una ocupación del cien por cien y se han convertido ya en imprescindibles para muchos de nuestros vecinos que disfrutan de sus servicios en cuanto tienen ocasión.
Tanto los apartamentos de los Alcázares como los de Roquetas están equipados a la última e incluyen en su decoración y sus servicios detalles asturianos para que el viajero recuerde de dónde viene: en los Alcázares hay hasta una bolera asturiana y en Roquetas al visitante lo recibe rodilla en tierra aquel minero de hierro, eterno trabajador unido a su mamposta que muchos recordarán dando ambiente al stand que HUNOSA abría en la Feria de Muestras de Gijón y que también forma parte de nuestra iconografía veraniega.
Pero seguramente las instalaciones más populares son las del balneario de Ledesma, donde coinciden con los miembros del Montepío minero, los beneficiarios del Imserso y de otras instituciones llegados de diferentes autonomías e incluso clientes particulares que pagan la estancia de su propio bolsillo y sin descuentos. Las instalaciones del complejo salmantino se renovaron en 1990 para convertirlo en uno de los mayores de Europa y su oferta está orientada a aquellos que necesitan un tratamiento basado en la bondad de sus aguas u otros tratamientos especiales, que se contratan aparte.
No les voy a contar nada de estos lugares que ya forman parte de los hábitos de muchos, pero hoy he querido tirar de la memoria reciente para que recuerden que no todo es crisis, que los tiempos cambian y que lo que antes era un lujo ahora es una necesidad.
Artículo de Ernesto Burgos para La Nueva España
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