Hace ya casi diez años, ¡cómo pasa el tiempo!, escribiendo
en este diario sobre un tema histórico que ya no recuerdo cité de pasada las
Casas Baratas de Mieres y a los pocos días me llevé una sorpresa cuando uno de
los vecinos que las habitaban me amonestó en la calle por haber empleado esa
denominación, ya que según él esas viviendas hace tiempo que dejaron de ser baratas
y llamarlas así hace que quien no las conozca se las imagine viejas, mal
construidas e insanas.
Y lo malo es que puede que aquel hombre estuviese en lo
cierto porque ya son muy pocos los que recuerdan el origen de esos edificios,
que por otro lado son construcciones que han resistido perfectamente el paso
del tiempo y por la calidad de sus materiales no tienen nada que envidiar a los
pisos modernos, sin hablar de que su autor fue Teodoro de Anasagasti, uno de
los mejores arquitectos españoles, y sólo por eso ya merecen ser tenidas en
cuenta. Hoy voy a contarles cuándo y por qué se hicieron.
Se da el nombre de Casas Baratas a ciertos edificios
construidos en el primer tercio del siglo XX gracias a ayudas oficiales o
préstamos de bajo interés para albergar a la población trabajadora que se
multiplicaba en España con el proceso de revolución industrial, aunque a veces
también se dirigieron a la clase media-baja que sufría en aquella época el
mismo problema de alojamiento. Casi siempre dependían de los propios
ayuntamientos u otras instituciones como los partidos y sindicatos y podían ser
de alquiler o adquirirse en propiedad, gestionándose en algunos casos en
régimen cooperativo.
La historia de la vivienda obrera ya había empezado en
nuestro país a mediados del siglo XIX con la primera ley de Arrendamientos,
pero también en Gran Bretaña, Francia y gran parte de Europa existía la misma
preocupación y aunque se habían dictado algunas normativas y reglamentos a este
respecto carecían todavía de una legislación específica; pero fue a partir del
12 de junio de 1911 cuando el proyecto se extendió por toda España con la
publicación de otra ley, la primera de Casas Baratas.
Como todos saben, nuestras Cuencas fueron durante décadas un
destino elegido por muchas familias de otras regiones que quisieron cambiar de
vida, cansadas de depender de los caprichos del cielo y de la lluvia para poder
recoger una mísera cosecha que en el mejor de los casos apenas daba para
subsistir y que acudieron hasta aquí en busca de un trabajo y un salario
seguros.
Llegaron a millares, atraídos por las posibilidades que
ofrecían las minas y entonces en las aldeas más próximas a los pozos se
habitaron hasta los hórreos y las cuadras; no era raro que los trabajadores
solteros pagasen a medias el alquiler de la misma cama para compartirla por
turnos, con los consiguientes problemas de higiene y de enfermedades que se
iban multiplicando y a pesar de que también se construía por todas partes, la
demanda siempre era mucho mayor que la oferta.
Esta situación en vez de mejorar empeoró en 1920, cuando el
final de la Primera Guerra Mundial supuso un parón en la construcción y las
rentas se dispararon. Hubo algunas iniciativas empresariales como la de
Hulleras de Turón, que empezó a levantar en el mismo año 68 viviendas en el barrio
de San Francisco y luego otras 144 en Figaredo, pero todo era poco y por ello
Manuel Llaneza, entonces alcalde de Mieres, siguiendo lo dispuesto en el XI
Congreso del PSOE celebrado en Madrid dos años antes y donde ya se había
tratado la conveniencia de disponer de hogares asequibles para los obreros
decidió abordar de una vez el problema.
Para ello convocó a los patronos mineros, a los comerciantes
y a los particulares más adinerados de la villa y los convenció de los
beneficios que iba a traer para todos la constitución de una asociación
cooperativa destinada a cubrir estas carencias, y, por fin, en noviembre se
logró formar una gestora, que no tuvo un apoyo unánime ya que algunos
concejales creían prioritario emplear el presupuesto municipal en acometer
otras obras de saneamiento en la villa en vez de destinarlo a subsanar este
problema.
La vieja ley de Casas Baratas de 1911 autorizaba a los
ayuntamientos a ceder parcelas para esta finalidad y ofrecía subvenciones
estatales que no se podían dejar escapar, pero también ponía condiciones para
su aplicación. Una de ellas obligaba a que el suelo se valorase por debajo de
las 25 pesetas/metro cuadrado, y en Mieres había varias zonas que cumplían ese
requisito, de forma que los primeros pasos se dieron rápido y no tardaron en
aprobarse los estatutos de dos sociedades interesadas en el mismo fin: la
Constructora de Casas para Obreros, Sociedad Cooperativa y otra más específica,
la Cooperativa de Casas Baratas para Empleados y Obreros Municipales. Mientras,
en paralelo, la Edificadora del Sindicato Minero. Sección de Mieres dispuso
también de una docena de viviendas para sus afiliados.
Pero las dificultades llegaron a la hora de las
expropiaciones cuando se vio que no era tan fácil determinar la propiedad de muchos
terrenos y los expedientes empezaron a paralizarse en los despachos. Por fin,
el empujón definitivo partió de la iniciativa de la Fábrica de Mieres, que en
abril de 1921 decidió promover un proyecto para la creación de 68 viviendas en
una de las zonas más céntricas de la villa, a pocos metros del lugar donde poco
después se iba a inaugurar el Liceo mierense, uno de los mejores centros
escolares en la Asturias de aquella época.
El solar elegido estaba emplazado en la esquina de las
calles Vital Aza y Marqués de Villaviciosa, que hoy se denominan,
respectivamente, Leopoldo Alas Clarín y Martínez de Vega, y el proyecto se
encargó al prestigioso arquitecto vasco Teodoro de Anasagasti, autor entre
otras obras de varios cines madrileños o de la elaboración del diseño del
ensanche para Oviedo en 1924.
Anasagasti está considerado como uno de los introductores de
la arquitectura vanguardista española y ya gozaba de mucho prestigio cuando
aceptó firmar el proyecto para levantar estas viviendas obreras que en un
principio no parecían ofrecer nada nuevo para su currículum, sin embargo logró
plantear una obra que todavía llama nuestra atención por la forma en que supo
conjugar la resolución de los problemas de higiene y comodidad en unos
edificios con una estética más que aceptable a pesar de la carestía de
materiales que se vivía en aquel momento y del presupuesto de 627.000 pesetas
con el que partió la obra.
Las viviendas se levantaron en dos fases: primero se
hicieron 20 sobre una superficie de 600 metros cuadrados y poco más tarde otras
48 sobre 1.980 metros cuadrados. Cada una constaba de comedor, dos dormitorios,
cocina, despensa y retrete propio, mientras que para la higiene personal se
disponía de dos baños colectivos que las familias podían usar por turnos tres
días de cada mes. También en el patio interior se colocó un lavadero para que
los vecinos no tuviesen que desplazarse a hacer la colada hasta los que ya
existían en otras zonas de la población.
Normalmente las Casas Baratas de otras zonas se situaban en
los alrededores de las ciudades, donde el suelo costaba menos y los trabajos de
infraestructura eran más sencillos, también los teóricos de la higiene lo
recomendaban de esa forma porque allí la vida era más sana y según la misma
filosofía las casas debían ser de una o dos plantas para evitar el
hacinamiento.
Así, lo más original de las de Mieres está tanto en su
situación como en su altura de 4 pisos, que cuadra con lo que la iniciativa
privada estaba haciendo en otras calles de la población e incluso supera la
media de aquel momento. Precisamente en 1921 se aprobó una segunda ley de Casas
Baratas destinada también a inquilinos o propietarios de ingresos reducidos que
en su artículo 60 limitaba la altura de los edificios protegidos a la planta
baja, o natural, y un primer piso, aunque también posibilitaba la construcción
de casas colectivas con varios cuartos para ser alquilados a diferentes
familias o destinadas a proporcionar albergue a trabajadores de tránsito que en
este caso sí podían levantar cualquier altura.
En los años que siguieron, durante la dictadura de Primo de
Rivera se consolidó está política de vivienda obrera, pero al final de la
década de los veinte todos los proyectos previstos se fueron enfriando hasta
que la II República suspendió la tramitación de expedientes de ayuda a las
Casas Baratas; sólo se mantuvieron los proyectos de iniciativas privadas que se
basaban en el modelo estatal, especialmente en Cataluña y en el País Vasco, de
manera que en Mieres este problema siguió afectando a muchas familias, aunque
no a los afortunados que pudieron habitar las casas de Anasagasti.
Texto de Ernesto Burgos para La Nueva España
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