El monumento a Luis Adaro del parque Dorado de Sama, que ha acabado siendo conocido por la mujer trabajadora, que era una figura secundaria.
El domingo 12 de octubre de 1947, cuando aún se celebraba la fiesta de la Raza, se casó en la catedral de Sevilla María del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart y de Silva -hasta el momento la última duquesa de Alba- con Luis Martínez de Irujo. Ya supondrán que la noticia abrió la sección de Ecos de Sociedad del diario ABC. En la misma columna, a renglón seguido, se recogían los otros dos enlaces de postín que se habían celebrado el día anterior en España: en la Iglesia de la Concepción de Madrid se habían unido Mercedes Cotelo Leal con Luis Coullaut Mendigutia y en la de San Julián de Somió, en Gijón, Carminín Adaro y Ruiz-Falcó con Rafael Aparicio Pesqueira.
Una de esas casualidades del destino hizo que estas dos familias festejasen el mismo día el matrimonio de sus vástagos. Y si ustedes se preguntan dónde está la curiosidad, les diré que la madre del novio de la primera boda era la viuda de Lorenzo Coullaut Valera, el autor del monumento que se inauguró en 1918 en el Parque Dorado de Sama de Langreo en honor a Luis Adaro y Magro, quien a su vez era el abuelo de la novia de la segunda boda.
Luis Adaro falleció en 1915, sin llegar a ver su busto de mármol colocado para siempre en el corazón de la cuenca minera, pero ocho antes de su fallecimiento ya había dejado las riendas de su empresa a su hijo, Luis Adaro Porcel, otro brillante ingeniero formado en Suiza y Alemania, que aquel día de 1947 casó a su hija en una ceremonia a la que asistió lo más nutrido de la burguesía asturiana.
Les acabo de contar que el tiempo quiso juntar en el mismo párrafo de un periódico por última vez a los dos personajes que ya estaban unidos para la historia en la escultura del Parque Dorado bautizada por el pueblo como "La Carbonera". Ahora quiero narrarles como se cruzaron por primera vez sus nombres.
Fue en el verano de 1910, poco después de la muerte del ingeniero Jerónimo Ibrán, quien había sido una figura decisiva en la industrialización de la Montaña Central. Entonces sus antiguos alumnos de la Escuela de Ingenieros de Minas de Madrid y de la Escuela de Capataces Facultativos de Mieres decidieron encargar sendos bustos con su imagen para que su recuerdo fuese eterno en las dos instituciones. Con este fin se crearon comisiones en ambas poblaciones. La asturiana estaba presidida por Manuel Álvarez y la madrileña por Pedro Palacios, ejerciendo de vicepresidente Luis Adaro, que era entonces director del Instituto Geológico de España, los vocales fueron los ingenieros José Ureña, Luis Gamir y Agustín Marín y el tesorero Adriano Contreras, director de la Revista Minera, Metalúrgica y de Ingeniería.
En la colecta para costear los monumentos colaboraron tanto personajes conocidos como trabajadores anónimos de las minas de carbón de Langreo, Mieres, Quirós y Campomanes y de hierro de Oviedo; el ayuntamiento de Mieres aportó doscientas cincuenta pesetas y la Sociedad Duro-Felguera cien y una vez reunido el dinero las comisiones se pusieron en contacto con dos renombrados escultores para elegir a uno como autor del monumento: el asturiano Sebastián Miranda y el sevillano Lorenzo Coullault-Valera.
En principio este último tenía más opciones por su experiencia y el prestigio que le daba el atrevido monumento a José María de Pereda que se acababa de inaugurar en Santander, pero los asturianos residentes en Madrid, encabezados por Luis Adaro, influyeron para que se eligiese a su paisano y fue Sebastián Miranda quien recibió el encargo.
Lorenzo Coullaut Valera había nacido en Marchena en 1876 y era sobrino del escritor Juan Valera, quien le había ayudado en sus estudios. Precisamente con un busto suyo obtuvo una Mención Honorífica en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1897. Luego iría repartiendo su obra por toda España e Hispanoamérica hasta su fallecimiento en 1932. El listado de sus esculturas es largo y seguramente ustedes se habrán encontrado con muchas en diferentes capitales, pero seguramente sus monumentos más conocidos son los que hizo en homenaje a Cervantes y Alfonso XII en Madrid y los de Colón, Bécquer y la Inmaculada en Sevilla.
Por su parte Luis Adaro y Magro había nacido en Madrid el 17 de abril de 1849 y fue, como saben, un prestigioso ingeniero con una larga carrera en la que figuraron hitos como la instalación del primer lavadero mecánico de Asturias, en el pozo Mosquitera, el impulso de numerosas empresas de minas y ferrocarriles o su apoyo a la elección del Musel para emplazar el gran puerto de Asturias. También destacó como hábil impulsor de los negocios y las finanzas. Se le nombró primer presidente de la Cámara de Comercio de Gijón y estuvo entre los fundadores de la Caja de Ahorros y la de Socorros para enfermos.
La relación de sus cargos, entre los que como ya hemos visto se incluía el puesto de director del Instituto Geológico, llenaría esta página; pero a todos nos llega el punto final y el suyo fue el 21 de octubre de 1915.
Tras su fallecimiento se repitió con él lo que había sucedido con Jerónimo Ibrán, solo que en este caso don Luis ya no era un miembro de la Comisión sino el objeto del homenaje. La idea partió del director del Colegio de Segunda enseñanza de Langreo, Aurelio Delbrouck, aficionado a escribir versos en asturiano, que firmaba en los álbumes de fiestas y los periódicos regionales como "Lin de Lada", porque era nacido en este pueblo. El colegio de Ingenieros de Minas la hizo suya y, siguiendo la costumbre, se costeó con una suscripción popular, como había sucedido con los dos bustos de Jerónimo Ibrán.
El caso es que para su realización se pensó en el escultor que más éxito estaba obteniendo por sus monumentos al aire libre y ese no era otro que Lorenzo Coullaut Valera, a quien Luis Adaro había dado la espalda como escultor pocos años antes. Ya ven que el mundo es un pañuelo.
El proyecto que presentó el andaluz y que fue aprobado es un conjunto elaborado con materiales de primera calidad -mármol veteado, piedra del Roncal y guirnaldas de bronce-, colocado sobre unas gradas hasta alcanzar los 5 metros de altura. Lo corona el busto de Adaro esculpido en mármol de Carrara sobre una alegoría que representa un símil de entibación por donde asoma una vagoneta de la que recoge el carbón una mujer vestida con el traje regional para llevárselo en un cesto.
Sobre la piedra una inscripción elogiosa: "Varón justificado, ingeniero eminente, geólogo esclarecido impulsó con su dirección y fomentó con su consejo el desarrollo industrial de Asturias". Nada de esto es mentira, pero curiosamente, el pueblo llano pronto empezó a identificarse más con el personaje secundario que con la figura del prócer y el monumento empezó a ser conocido como "La Carbonera", hasta el punto de que ahora hay quien lo quien lo considera como un homenaje a la mujer trabajadora.
La inauguración tuvo lugar el jueves 25 de julio de 1918 en un acto multitudinario y con toda la solemnidad. Fue el evento más destacado de las fiestas patronales de aquel año y en Sama se dieron cita multitud de asturianos procedentes de toda la región y varias delegaciones que fueron recibidas por las autoridades en la estación de ferrocarril.
Allí estaba la corporación encabezada por el alcalde Leopoldo Fernández Nespral (quien también acabaría teniendo su propia escultura en el Parque Dorado), el presidente de la comisión de Festejos, Joaquín Soldevilla y el promotor de la idea, el profesor Aurelio Delbrouck, que a la vez era presidente de la sociedad "La Montera", hubo misa cantada y la banda de Música de Langreo fue acompañada en su desfile por las calles por la de Infantería de Marina del Ferrol que se había hecho venir ex profeso.
A mediodía y en un salón de la misma Casa Consistorial se celebró un banquete servido por la "acreditada fonda" de Julián Fernández en el que también estuvieron presentes los Alcaldes de Gijón, Mieres y Laviana junto a representantes de la Cámara de Comercio y de la enseñanza, entre ellos los capataces Bernardo Aza y Antonio Cifuentes.
Luego, ya a las tres, se descubrió el monumento con una mayor presencia de autoridades: el rector de la Universidad de Oviedo, Aniceto Sela; el presidente del Consejo de Minas, José Madariaga; miembros de la Patronal y más de sesenta ingenieros llegados de toda España. Hubo discursos, lanzamiento de globos, verbena y el estreno de un himno para la ocasión con letra del poeta gijonés Alfredo Alonso y música del director de la Banda langreana Cipriano Pedrosa Solares. El estribillo decía así: Soy de Langreo / mira que soy langreano / mira que he querido honrar / al ilustre Luis Adaro.
Desde aquel día el busto del ingeniero y su inseparable carbonera han visto crecer ante ellos a varias generaciones de vecinos contemplando su alegría y sus fiestas, pero también innumerables mítines, huelgas, manifestaciones y hasta una revolución y una guerra. Como el tiempo no perdona, el monumento también ha sufrido varias restauraciones, pero ahí sigue, mientras los niños se preguntan ahora para qué sirve lo que recoge esa señora en su cesto.
Texto de Ernesto Burgos para La Nueva España
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