La historia del allerano Juan Díaz Faes, que se ganó una merecida fama por su gran fuerza y como cazador de osos, se dice que noventa y dos, alguno de ellos lo mató a cuchillo
Juan Días Faes, "Xuanón" de Cabañaquinta, fue uno de los personajes más conocidos en la Asturias de su época, ganó la fama por su fortaleza y como matador de osos. Dicen que noventa y dos, incluso alguno a cuchillo. Su nombre inspiró tertulias, poemas y hasta una novela corta que se publicó en El Imparcial. Anselmo Hulton dejó escrito, en 1931, en la revista Norte como llegó a ver en un alto de la ciudad de Matanzas una capilla levantada por los emigrantes catalanes en honor a la virgen de Monserrat, donde al lado de la imagen de la Moreneta, los asturianos -menos dados a lo religioso- habían colocado un retrato de Xuanón.
En ese artículo -seguramente el mejor que se ha hecho nunca sobre el gigante allerano (1,98 metros), se incluyen varias fotografías interesantes: esa tan conocida en la que aparece de calzón corto, escopeta en ristre y tocado, no con montera, sino con el sombrero blanco de ala ancha, que solía llevar para resaltar aún más su altura. También aquella en la que aparece luchando cuerpo a cuerpo con don Alejandro Pidal; retratos de algunos de sus descendientes vivos en aquel momento -su nieto el doctor don José Emilio Fidalgo y sus bisnietos Luis y Elena- y, cerrando, una magnífica vista general de la Cabañaquinta de principios del siglo XX.
Pero lo mejor son algunas anécdotas originales que Hulton recogió de don José Emilio, quien entonces ejercía la medicina en el concejo de Aller, que vienen a completar lo que ya sabemos sobre el gran cazador de osos y acompañante de los notables de su tiempo en sus excursiones por nuestras montañas, ofreciéndonos algún dato nuevo para acercarnos a su personalidad.
A mí siempre me ha llamado la atención que nadie haya puesto en duda las simpatías de Xuanón por el carlismo, seguramente porque en otra época interesaba que así fuese. Sin embargo, es conocida su cercanía a la reina Isabel II, a la que llegó a tratar con una confianza que dio origen a esas historias que se popularizaron, no solo en las conversaciones de chigre, sino también en las revistas de la Villa y Corte.
Ya saben, aquella vez que exclamó al cogerla en sus brazos para ayudarla a pasar un regato: "Majestad, usted ye como el tordo, picu finu y culo gordo". O la otra, cuando viendo que la oronda y regia dama no atinaba a colocar su pie en el estribo para subir a caballo, le preguntó: "¿Quier que la monte, señora?", a lo que ella respondió pícaramente: "No. Gracias, Juan", contradiciendo de esta forma a aquellos que seguimos pensando que este episodio es falso porque doña Isabel a lo largo de su vida nunca despreció una propuesta de este tipo.
Podemos dar por bueno que Xuanón se olvidase de sus preferencias cuando se hallaba en presencia de la rama de Borbón que ostentaba la corona y -a la inversa- que tanto doña Isabel como sus descendientes no conociesen u obviasen esta circunstancia, hasta el punto de que en una cacería organizada por el marqués de Camposagrado, el rey Alfonso XII le regaló al gran Juan una escopeta mostrando así la misma confianza que había tenido su madre; pero vemos más difícil que lo pasase por alto el general Prim, hombre cabal donde los hubo y para quien estas cosas sí eran importantes y al que sirvió de guía por las montañas asturianas cuando también descansó una temporada en la residencia que los Bernaldo de Quirós tenían en el palacio de Villa.
Don José Emilio Fidalgo le relató a Hulton como en una ocasión, en Madrid, Prim tenía delante de su pelotón de fusilamiento a un mozo asturiano que esperaba la descarga con aplomo y serenidad, sin abrir la boca para pedir clemencia, y que sorprendido por esta entereza le preguntó de dónde era-
-De Cabañaquinta.
-¿Y no conoces allí a Xuanón, el cazador de osos?
-Soy hijo de él.
-Que le den la absoluta.
A primera vista, la escena no tiene pinta de ser cierta, salvo por un detalle en el que ustedes ya habrán caído y que nos despeja todas las dudas. Si el mozo asturiano era hijo de Xuanón, a la fuerza tenía que ser o el mismo padre o un tío carnal del médico allerano que se la contó a Anselmo Hulton, lo que es la mejor garantía de su veracidad.
Aprovecho para explicarles que la muerte de Prim se debió indirectamente a un plantígrado, ya que, como saben, el general sufrió un atentado en la noche del 27 de diciembre de 1870 y falleció tres días después, pero no a causa de las balas sino de la infección que le produjo la piel de oso de su abrigo al introducirse en las heridas de los disparos.
A los poderosos les gustaba exhibir a Xuanón como muestra de su propio poder y, siguiendo una costumbre que se pierde en los siglos, lo pasearon por el país presumiendo de su fuerza frente a los colosos de otras regiones, lo que él aceptaba encantado porque también le agradaba ser conocido y causar la admiración de la ciudadanía.
En una de estas ocasiones, el marqués de Pidal -y citar este nombre es recordar todas las perversiones del caciquismo- lo llevó hasta la capital de España para enfrentarlo a otro gigante andaluz traído por el ministro Francisco Romero Robledo. Los dos políticos fiaban en los hombres de sus respectivas tierras porque en su victoria se reflejaban ellos y evitaban lo que unos años atrás podría haber terminado en duelo, ya que se trataba de borrar una afrenta acaecida días antes a las mismas puertas del Congreso.
Hasta allí había llegado Pidal cubierto de la lluvia por un paraguas y justificándose ante el andaluz:
-Qué quiere usted, con este orbayu no se puede salir de casa.
-En mi tierra se llama calabobos.
-Sí, hombre sí, pero como en Asturias no hay bobos, se llama orbayu.
Los dos elegidos debían zanjar la afrenta tirando la barra en una de las avenidas del Retiro y fue Xuanón el que la lanzó más lejos, ganando de corrido. Con tanta ventaja que el marqués de Pidal no dudó en volver a llamarlo, esta vez para apostar fuerte con un capitalista aragonés que también contaba con un coloso maño.
La victoria fue otra vez para Xuanón, quien acabó a hombros por las calles de Zaragoza, aunque en esta ocasión la moneda de la fortuna también tuvo su cruz. La tarde aragonesa, Xuanón lanzó la barra sin calentamiento previo y puso tantas ganas que acabó herniado. Una dolencia que supuso el final de sus exhibiciones y lo acompañó toda su vida.
Uno no puede evitar ver cierta semejanza con el personaje de Paco "el bajo" en la novela de Miguel Delibes, "Los santos inocentes", un hombre nacido con la bondad que da el campo y una habilidad extraordinaria para oler la caza, al que su "señorito" muestra como un espectáculo para presumir delante de los de su clase.
Seguramente Xuanón también desempeñó un papel parecido para el marqués de Pidal, aunque en su caso esta fidelidad sí tuvo recompensa ya que fue nombrado Juez de Paz por la Junta de Gobierno de la Audiencia Territorial del Principado de Asturias y más tarde alcalde del Concejo de Aller, lo que -volviendo a sus ideas políticas- tampoco parece viable si en su pasado se hubiese señalado como simpatizante de las partidas que durante décadas sobresaltaron a los habitantes de nuestras cuencas.
El mítico cazador llegó a viejo y siempre gozó del respeto de los vecinos. El martes 1 de enero de 1895 el órgano del Partido Liberal Dinástico La Nueva Era dio cuenta de su fallecimiento con una necrológica que aún hoy es el mejor resumen de una vida: "Ha muerto en Asturias uno de los hombres más populares en aquella provincia, Juan Díaz Faes, conocido con el mote de "Xuanón de Cabañaquinta". Era un titán de fuerzas incalculables que en muchas ocasiones había luchado a brazo partido con los osos y los había vencido. Sus hazañas como cazador eran numerosas y extraordinarias. Sus puños imponían más miedo que un fusil. En una ocasión a un inglés boxeador le medio mató de un puñetazo. La Reina madre doña María Cristina, los duques de Montpensier, el de Riánsares y su sucesor el de Tarancón, el marqués de Pidal y su hermano D. Alejandro, los generales O'Donnell, Prim, Serrano, Ros de Olano, Elorza, Milans, Escalante y otros, trataron con familiaridad a Xuanón.
Era de un valor a toda prueba, y sus hazañas fueron relatadas por la prensa de España y América y hasta por la de Francia, pues el hijo del desgraciado presidente de la República, Mr. Carnot, que estuvo en Aller en 1890 y conoció al célebre cazador de osos, refirió en París la historia de Xuanón llena "de lances peligrosos y de singular audacia. Con él puede decirse que se acaba en Asturias la raza de los legendarios cazadores de osos".
Texto de Ernesto Burgos para La Nueva España
No hay comentarios:
Publicar un comentario